Un libro más para este verano escrito por Rosa María Echeverría y comentado en este caso por Luis Ramoneda, escritor, poeta y crítico literario habitual de Aceprensa de donde procede también este artículo.
En muchas novelas actuales, se nos presentan crisis humanas, amores fracasados, historias de desencantos existenciales, con trasfondo nihilista. En cierto sentido, El palacio de los vientos sigue esas pautas, pero con algunas peculiaridades que le dan una notable originalidad y mayor hondura antropológica. Se trata de la historia de tres generaciones de una familia del norte de España: Isabel de Zubiría (la Dama de la Casa Grande), Juan Miguel (su padre, que enviudó al nacer ella), y Beatriz, hija única de Isabel. Las relaciones entre el padre e Isabel y entre ésta y su hija son conflictivas, apenas existe la comunicación, hay heridas no sanadas, agravios que son fruto de la incomprensión y del silencio; y el choque de tres caracteres con mucha personalidad. Parecidas situaciones encontramos en otras novelas contemporáneas, pero aquí el desenlace, que no voy a contar, muestra una mayor confianza en el hombre, en su riqueza interior –se muestra con acierto la complejidad del alma humana–, y en su capacidad para el perdón y para cambiar e intentar salir a flote.
La novela está estructurada con abundantes saltos en el tiempo y en el espacio y con alternancias en las voces de cada uno de los protagonistas. Esto se refleja también en la variedad de recursos literarios empleados por la autora, que reflejan un buen conocimiento de la literatura universal, pero también del cine y de las bellas artes: descripciones, cambios de la tercera a la primera persona, diálogos…; y abundancia de imágenes y de comparaciones muy plásticas. Están muy logrados, en mi opinión, una serie de personajes secundarios, que completan el cuadro y que, en cierto modo, representan las voces del sentido común, del realismo del pueblo llano, frente a los comportamientos más inestables y dramáticos de los protagonistas, de una posición social y cultural más elevada.
Las tensiones interiores de los personajes, con sus sueños, sus fantasías, sus frustraciones, sus dudas, sus remordimientos…, se describen con detalle y hondura, sin caer en tópicos. A lo dicho, hay que añadir el cuidado y la riqueza del lenguaje, el estilo brillante, poético a veces, impetuoso en algunas descripciones. En este punto, hay algunos excesos de afectación, en el sentido cervantino del término, que lastran un poco el ritmo, entorpecen algo la lectura y no añaden mucho.
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