Publicado el 14-04-2009 por Lucy Kellaway, columnista de Financial Times.
Recogido hoy en la newsletter de Expansión y Empleo
El 80% de las discusiones matrimoniales se deben a las labores domésticas.
La semana pasada visité a mi supercara dentista cuya clínica está junto a un colegio privado aún más caro. Eran las 8:15 de la mañana y los lujosos coches se detenían para dejar a niñas pequeñas. Mientras miraba, me di cuenta de algo extraño. La última vez que pasé por delante de esta escuela, hace seis meses, todos los coches los conducían mujeres con llamativos bolsos y elegantes peinados. Pero el pasado lunes, tres de los coches tenían al volante a hombres con ropa informal. ¿Podría ser, me pregunté, que los banqueros en paro estén respondiendo a la oleada local de desprecio intentando ganar algo de popularidad en casa?
Miré de nuevo, y me di cuenta de que uno de los hombres era de distinta nacionalidad que las niñas, y que parecía su chófer. Los otros dos, era difícil de decir.
Las evidencias de esta pequeña escena de sociedad sugieren que el paro no está teniendo ese efecto ni mucho menos. Es posible que algunos padres hagan apariciones ocasionales en las escuelas de sus hijos, pero eso es todo. Las conversaciones a las puertas de la escuela no versan ya sobre ricos, sino sobre rencor. Una mujer comenta que tuvo que pedir a sus amigas que cuidaran de sus hijos para que pudiera salir a comer con su marido y consolarlo. No se trata sólo de que marido y mujer estén renegociando las tareas que ella solía hacer cuando él estaba en el trabajo; hay otras labores de las que se ocupaba una empleada del hogar ahora en paro.
Sospecho que cuando comience el inevitable torrente de divorcios bancarios no será porque las esposas ya no puedan permitirse un nuevo bolso Gucci. Será más bien una guerra de tareas.
Según las estadísticas, dos tercios de los divorcios de parejas de más de 40 años los inician las mujeres. Y el 80% de las discusiones se deben a las labores domésticas.
Para averiguar cómo hacer mejor las cosas, acabo de leer un libro titulado Getting to 50/50 (Alcanzando el 50%/50%), escrito por dos mujeres estadounidenses de carrera, que expone que un reparto igualitario de las tareas resuelve todos los problemas. "Puedes tener una gran carrera, un buen matrimonio... la clave está en aprovechar tu mejor recurso –el hombre con el que te casaste–", señala el libro. La idea de que el hombre sea un recurso nunca se me había pasado por la cabeza.
El libro asegura que la forma de conseguir una división equitativa es mediante una hoja de cálculo. Una de las autoras consideraba que estaba soportando demasiada carga doméstica, por lo que ella y su marido registraron cada segundo dedicado a las tareas. Cuando vieron los resultados se rieron y dijeron "¡Vaya!" Y todo fue más fácil a partir de ahí.
Acabo de preguntar a dos de mis amigas, ambas con importantes carreras y buenos matrimonios, si dividen de forma equitativa las tareas. La primera respondió que su marido hace más de la mitad de ellas porque le encanta cocinar. Mi otra amiga me dijo que hacía el 105% del trabajo de casa. Su marido aporta un -5%, porque olvida recoger a los niños del club de teatro.
Según mi experiencia, no hay nada que garantice más la discordia que preocuparse por el reparto equitativo. Acabo de hacer un test a varias de las parejas que conozco sobre la división de las tareas en casa. En todos los casos el hombre asegura que hace dos o tres veces más de lo que su mujer piensa. En mi casa, mi marido considera que la división es de 40%/60%; yo más bien creo que es de 10%/90%. No me importa que él haga el 10%; lo que sí me molesta es que piense que es el 40%. Una hoja de cálculo no resolvería esta disputa ya que la medición de las tareas es una cuestión subjetiva. Él da más valor que yo a llevar a nuestros hijos al cricket. Yo hago un montón de tareas que él no valora.
El truco está en no preocuparse por el 50%/50%, en dejar de contar. No estoy muy segura de cómo deja uno de preocuparse, pero lo que sí sé es que despedir a la empleada del hogar, incluso cuando se pasa por dificultades financieras, no sólo es injusto para ella sino el mayor desperdicio de dinero que existe.
Como dice mi amiga: "Lo bueno de nuestra empleada del hogar no es que ordene las cosas, sino que evita que odie a mi marido".
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