Publicamos hoy este artículo de PILAR CAMBRA (Expansión, 14,09,2009) muy oportuno para este mes de septiembre.
"Tengo miedo de quererte/ tengo miedo de perderte"… Es la letra de una copla. Y me parece una excelente descripción de los sentimientos que pueden embargarnos ante la vuelta al trabajo…
Y, la verdad, con el machaque sistemático que sufrimos todos los años por estas fechas con el manoseado "síndrome post-vacacional" me sucede algo parecido: ¿que tal síndrome existe? ¡Evidente! ¿Qué afecta al x por ciento de la población laboral? … ¿Y qué, insisto? Estoy un poco jartita de que la vuelta al trabajo parezca obligar, cada año, a una contemplación sistemática de nuestro ombligo currante, del ombligo de todos los currantes: ¿tengo o no tengo el síndrome?, ¿en qué grado?, ¿cuánto tardaré en superarlo? ¿Tengo o no tengo el síndrome?: pues lo más normal y lógico es que hayamos caído en él; exactamente igual que, cuando niños, debíamos regresar al colegio, a la disciplina, al esfuerzo, al madrugón tras la tregua libre y feliz de las vacaciones. De hecho, aunque peinemos canas, los síntomas son idénticos cuando suena la hora de vuelta a la oficina: pinzamiento de angustia en el estómago, resistencia feroz a levantarnos, angustia… O sea: el "miedo, mucho miedo" de la copla… Miedo a perder el trabajo y miedo, también, a "quererlo" en demasía, a dejarnos atrapar –malsanamente– por él y olvidar entre sus brazos de pulpo a la familia, a los amigos, a tantas necesidades y placeres… Lícitos, naturalmente.
¿Qué puedo hacer para paliarlo?... Pues siento tener una respuesta tirando a dura e implacable: poco, muy poco. Creo –por experiencia propia muy repetida; ¡vamos, que tengo callo de síndrome post-vacacional!– que el único medicamento eficaz es el tiempo… Sí, el tiempo: el que necesitemos para cambiar una rutina –la de las alpargatas, las copitas hasta medianoche, la siesta sin despertador– por otra –el despertador sonando sin piedad, los horarios rígidos como el palo de una escoba, la convivencia obligatoria con quien nos cae regular, los problemas que debemos resolver impepinablemente, etcétera– … Y, puesto que el tiempo es nuestro doctor, debemos aceptar su ritmo con paciencia. No hay otra, no hay escapatoria… Ya lo decía la sagaz Teresa de Ávila: "Nada te turbe, nada te espante: la paciencia todo lo alcanza".
Yo añadiría, para calmar la ansiedad generada por el regreso, pequeños lenitivos; por ejemplo: creo que lo peor de lo peor del miedo, de la angustia, es que –salvo excepciones– son difusos, inconcretos, tan inasible como la niebla… Por eso, un arma eficaz para luchar contra ellos, para disolverlos, es concretar: ese miedo, esa angustia, ¿provienen de sensaciones o de certezas?; si provienen de certezas, ¿puedo hacer algo para vencer las causas del miedo, de la angustia?... En suma: papel, lápiz, lista de las amenazas concretas a la serenidad en nuestro trabajo y ¡a por ellas, que son pocas y mal avenidas! Combinando paciencia y realismo, el síndrome post-vacacional’ puede ser molesto, pero no invalidante…
Pero yo, la verdad, el mejor antídoto que conozco ante el terror que produce el "más de lo mismo" al que nos enfrentamos en estos días de regreso al trabajo es la ilusión… Sí: la ilusión. Como cuando volvíamos al cole: reencuentro con los amigos, neuronas que se ponen a pleno rendimiento, tener la mente dispuesta para funcionar a todo gas… Ilusión… O, dicho con las palabras que el autor del libro del Apocalipsis dirige a los habitantes de Éfeso: "Volved al fervor del amor primero"… La ilusión: ese fervor que sentimos alguna vez, en aquel tiempo en el que el trabajo era una promesa y no una amenaza.
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